Cómo se contagian las emociones
Las emociones tienen una cualidad que las torna verdaderas armas de doble filo: se contagian. Esto no lleva a que si un orador desea emocionar, debe emocionarse a sí mismo. Si desea indignar, debe indignarse a sí mismo. Si desea hacer llorar de tristeza a su público, debe primero sentir esa tristeza. Y para mostrarla en forma eficaz debe realmente estar triste. Si desea esperanzar, debe manifestarque siente esperanza, y para hacerlo debe esperanzarse realmente.
Contrariamente a lo que solemos pensar, las personas podemos elegir (dentro de ciertos límites, o sin límite alguno) qué emociones sentir a través de un recurso valiosísimo para los oradores: la autosugestión.
Ejemplo real. Cierto día recibí el siguiente llamado:
-“Sr. Linares, en la tenemos un problema en la Iglesia. Hemos cambiado de párroco, y el recién llegado habla de forma tal que el público se aburre. ¡El número de fieles que concurren a Misa disminuye cada domingo!”
El párroco no lograba entusiasmar a su público y uno de los motivos era su falta de entusiasmo. “Oye, si los feligreses comprendieran todo lo que tú comprendes al ver un altar serían también sacerdotes, y no lo son. Ellos ven un escalón de madera, y poca cosa más. Así que comencemos por indicarles –con el destello en el gesto- la emotividad que todo esto contiene. Para mover la fibra espiritual de esas personas que ocupan los bancos deberías ingresar al templo con tus propias fibras en estado explosivo. Debes autosugestionarte!”
El método para autosugestionarse podría resumirse en éstos pasos sencillos:
- Detectar aquello que nos entusiasma, aquellos a quienes admiramos, aquellos que son ejemplos que intentamos imitar y pensar intensamente en ellos.
- Caminar y realizar pequeños o amplios movimientos con el cuerpo, para que la sangre circule y los nervios se vayan templando.
- Continuar pensando en los elementos que nos entusiasman, en la forma que explicaré en el ejemplo.
Estábamos con el Párroco, verdad? Me contó que uno de sus personajes más admirados era San Pablo (Pablo de Tarso). Pablo fue un ejemplar predicador que sufrió mil reveses mientras desempeñaba su cometido. Dejemos que él mismo nos cuente:
“En peligros de muerte he estado muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez fui apedreado; tres veces padecí naufragio; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en la ciudad; peligros en despoblado; peligros en el mar; peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?”
Nuestro Párroco, antes de salir a dar inicio a las ceremonias, adquirió la costumbre de detenerse diez minutos en una pequeña habitación contigua. Allí pensaba intensa y ardientemente en su héroe: “¿Se habrá sentido tan nervioso como yo? ¿Habrá dudado ante semejantes peligros? ¿Me parezco en algo a él? En ese camino estoy, tal vez ya somos compañeros de alguna manera. ¿Me acompaña? Definitivamente, si me inspira me acompaña, tal vez seamos almas gemelas!”…
Y continúa: “Mi tarea es sagrada realmente. Estas personas vienen a la Parroquia porque necesitan venir y está en mi mano lograr que se vayan mejor de lo que vinieron. Vaya si será importante mi tarea. Si hoy aquí puedo hacer feliz a una persona, tal vez lleve la felicidad a su hogar. Si la felicidad llega a su hogar, tal vez se contagie a sus vecinos, y al barrio! Si puede contagiarse al barrio, puede a la ciudad, y si puede a la ciudad puede al país. Y si puede extenderse al país, puede abarcar al mundo. Lo que yo diga ésta mañana puede cambiar un mundo”.
A estas alturas ya está por ocurrir el milagro del entusiasmo.Su mirada es enérgica, su pensamiento inspirado y su lengua vivaz. ¡Tiene los ojos fuera de las órbitas! Se mueve con bríos, y el público se despierta solamente de mirarlo.
Estar entusiasmado es casi como estar poseído por los dioses. La palabra viene de enthousiasmos: “inspiración divina”, “arrebato” o “éxtasis”, que a su vez está formada por en + thous: “que lleva un Dios adentro”. Aplicado al ejemplo anterior, estás entusiasmado cuando te sientes poseído por dios. Y ese milagro del entusiasmo lleva a un segundo milagro: tu mensaje explota, te inunda un deseo ferviente e impostergable de comunicarlo en este mismo momento. Y prefieres salir a escena y hablar antes que callar y te parece que algo va a reventar en tu pecho si no lo haces ya mismo.
Y el público, por un efecto secundario, natural, no buscado pero positivo al fin, comienza a experimentar algo parecido a lo que tú estás sintiendo. Lo envuelve la ventolera de un elocuente orador tsunami. Y comienza a ocurrir el contagio de emociones.